Pedro de Zúñiga (+19.8.1622)


Sevilla le vio nacer en la segunda mitad del siglo XVI. Vástago de Álvaro Manrique de Zúñiga, marqués de Villamanrique y séptimo virrey de México (+1590); hijo del convento agustino de la ciudad hispalense, donde profesó el 24 de octubre de 1604. A Filipinas pasó en 1610 y allí se ocupó de los curatos de Porac (1614) y Sexmoan (1615).

En junio de 1618 viajó al imperio del Sol Naciente en compañía del agustino Bartolomé Gutiérrez. Toparon con grandes escollos a la hora de misionar: el idioma japonés, la xenofobia y la persecución contra los cristianos. Sembraron semillas de evangelio y amasaron pequeñas comunidades. Doloridos regresaron a Filipinas. Pero las súplicas de cristianos japoneses por que tornase y el recuperar las reliquias del mártir Hernando de San José le allanaron el camino de regreso.

En 1620 tornó, pero esta vez en compañía del dominico Luis Flores, mudados los vestidos de religiosos en hábitos de seculares. El barquero Joaquín Hirayama les denunció ante las autoridades niponas, pues los holandeses le acusaban de llevar en su nave dos religiosos espías que constituían un peligro para el imperio y la religión. En 1621 el bugyo de Nagasaki Hasegawa Gonrocu incoó el proceso en el que fray Pedro de Zúñiga “se descubrió diciendo que se había encubierto hasta entonces para no hacer mal a los del navío, que nada sabían de su identidad, y que había pasado a aquellos reynos con fin sólo de enseñar y aprovechar a los cristianos que en él avía”. Aherrojado en la isla de Ikinoshima, fue sentenciado a morir en la hoguera el 19 de agosto de 1622. Sus reliquias fueron llevadas a Manila en 1651 y depositadas en la iglesia de San Agustín. Durante la invasión inglesa de 1762 fueron profanadas y revueltas con los restos de otros personajes enterrados en el mismo lugar. Nuevamente fueron recogidas y custodiadas en la actual capilla dedicada a Miguel López de Legazpi.

El papa Pío IX lo beatificó el 7 de julio de 1867.

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J. Álvarez Fernández