Rodríguez Rodríguez, Isacio (14.9.1924 - 18.12.2009)


Nació el 14 de septiembre de 1924 en Castrovega (León), en la ribera del Valmadrigal y a la vera del camino de Santiago, en el hogar de Clodomiro y Ángela.

En la ilustre Coyanza, villa del concilio de 1054, cursó latín y humanidades (1938-1941), años bélicos que acarrearon penurias, pero que fortalecieron voluntades.

En Valladolid fue novicio y le endosó el hábito el provincial fr. Ángel Cerezal el 25 de julio 1945. Otro provincial, fr. Pedro Arguinzóniz, recibió sus primeros votos y le destinó a Roma para estudiar teología (1947-1950). La Urbe, que salpica a todos de cosmopolitismo y ecumenismo, le sirvió para ensanchar horizontes y abrazar amigos de todos los continentes. El colegio internacional de Santa Mónica era comunidad donde confluían hermanos de los cuatro puntos cardinales del planeta. El el 25 de marzo de 1950 en la basílica del Laterano mons. Luigi Traglia le consagraba presbítero. En la facultad de historia de la Iglesia de la universidad pontificia Gregoriana se doctoró en junio de 1953 con la tesis sobre Egidio Romano y el problema de la exención religiosa (1300-1312), contándose entre sus profesores el fundador de la facultad p. Pedro de Leturia, el sabio p. Ricardo García Villoslada y su director espiritual p. Joseph Grisar.

Laureado tornó a Valladolid para ejercer la docencia en las aulas del estudio teológico Agustiniano (1953-1963, 1970-1987). Años postconciliares difíciles y recios, pero esperanzadores. Casi una treintena de años de magisterio, por el que pasaron muchos discípulos que supieron de sus ilusiones y sus energías, así como de su cercanía y optimismo. De este centro fue pedagogo (1953-1955; 1958-1961), regente (1957-1963) y director (1971-1972), y del convento prior (1970-1974).

Los agustinos Juan de Medina, Gaspar de San Agustín, Antonio Mozo, Bernardo Martínez, Gregorio de Santiago Vela y Eduardo Navarro fueron para él “ejemplo de amor corporativo y de respeto a la obra realizada por los antepasados”. Y en ellos se inspiró, más que para continuar sus crónicas, para historiar de manera nueva, evocando “la memoria y los trabajos de reyes y vasallos, de héroes y peones anónimos con cuya colaboración fue posible la evangelización de Filipinas”. Fue un hombre muy documentado y conocedor de los archivos de la provincia, fuente básica de su obra, así como los de Propaganda Fide, el Vaticano y los generales de las órdenes agustiniana, franciscana, dominica, jesuita, y los Históricos Nacionales de Manila, Madrid y México, de Simancas… y sobre todo el Archivo General de Indias. El rigor fue siempre su lema. Lo suyo era alumbrar la historia con una luz de palmatoria, no esperando a la gran revelación, sino al trabajo cotidiano, el de la ficha y la nota, en busca de profundizar en el misterio, hacia lo hondo de las cosas y sus acontecimientos.

En 1963 fue destinado a Manila, implicándose en los preparativos del IV centenario de la evangelización de Filipinas y en 1965, como una de sus muchas contribuciones a tal celebración, vio la luz el primer volumen de su Historia de la Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas. Otro centenario, el de la misión del Nuevo Mundo, puso fecha al vigésimo segundo volumen de su Monumenta. Un acopio fontal sobre la historia agustiniana en Filipinas, China, Japón y México. Muchos y buenos han sido los pronunciamientos críticos acerca de su obra, que el filipinólogo Antonio Molina resume: “Honradez intelectual, diligencia incansable, escrupulosidad singular y cariño insobornable –he aquí los ingredientes que constituyen la monumental obra… una aportación harto valiosa para el conocimiento cabal del pasado de Filipinas, amén de avalar los inconmensurables trabajos realizados por los religiosos agustinos en la génesis, desarrollo y perfección del pueblo filipino, no ya en su perfil espiritual, sino aún en su contextura social y política”.

Siete años en el centro de las siete mil islas. Siete años siendo epicentro contagioso de ilusiones y proyectos. Siete años en Intramuros y en el convento. De éste fue prior un trienio (1967-1970), contribuyendo notablemente a hacer del mismo un foco de cultura y entretenimiento.

También él, como Urdaneta, tuvo su tornaviaje. Y en Valladolid ancló su velero. Desde 1970 fue su residencia conventual, aunque también hay que decir que fue viajero incansable en busca de fuentes y libros para sus publicaciones y la biblioteca. Hizo de Valladolid un faro y un punto filipinos. Y de su saber un referente para todo aquel que quisiera conocer más y mejor sobre la historia de los agustinos y del archipiélago lazareto. En colaboración con Jesús Álvarez, volcó su sabiduría histórica en 22 volúmenes de Historia de la Provincia, y en semanas misioneras, simposios y congresos, destacando el de los Agustinos en América y Fili­pinas por él dirigido en Valladolid en abril de 1990. Fue, además, asiduo colaborador de diferentes revistas, principalmente agustinianas [Archivo Agustiniano, Estudio Agustiniano, La Ciudad de Dios y Religión y Cultura]. Miembro del instituto histórico Agustiniano y en 1991 correspondiente de la Real Academia de la Historia.

La colección de Filipiniana fue su obsesión última. En palabras de R. Blanco “su otra gran afición… promover la gran filipiniana de la biblioteca de agustinos de Valladolid, que hoy día, gracias entre otros a él, continúa siendo la mejor de España en la materia, única en Europa por su condición y situada entre las mejores del mundo… Tenía mucha razón el ilustre filipino Domingo Abella cuando hace unas décadas en uno de sus libros le escribió una dedicatoria calificándole cariñosamente como ‘enamorado incurable de Filipinas’. El fondo de filipiniana constituye, aparte de un orgullo para la provincia agustiniana de Filipinas, un referente insoslayable para cualquier filipinista… Fue su última y absorbente dedicación, y en la que le sorprendió la muerte” el 18 de diciembre de 2009.

Erudito polígrafo por sus numerosas publicaciones, y colector empedernido. Todo ello le ganó un prestigio internacional como autoridad en la historia filipina durante el período colonial. Dedicación, esfuerzo y erudición le permitieron llevar a cabo una ingente obra intelectual que ha legado al servicio de generaciones venideras.

Obras de -: Historia de la Provincia Agustiniana del Smo. Nombre de Jesús de Filipinas, Manila 1965-Valladolid 1993, 20 vols.

Bibl.: Álvarez, J.,Semblanza del P. Isacio R. Rodríguez, en Archivo Agustiniano 95 (2011) 7-30.

J. Álvarez Fernández