Anselmo Polanco y Fontecha (16.4.1881-7.2.1939)


Nació en Buenavista de Valdavia (Palencia) el 16 de abril de 1881 en el hogar de Basilio Polanco y Ángela Fontecha, labradores de oficio. Ingresó en el Real Colegio Seminario de Agustinos de Valladolid el 1 de agosto de 1896 al recibir de su tío Fr. Sabas Fontecha el hábito de novicio. Emitió los votos solemnes el 3 de agosto de 1900 y fue ordenado presbítero en el monasterio de La Vid (Burgos) el 17 de diciembre de 1904.

Su primer destino fue Alemania para seguir y completar su carrera. Al cabo de un año regresó para ejercer la docencia en las aulas de Valladolid y La Vid, obteniendo los grados Pasante (1907), Lector (1909), Regente (1916) y Maestro en Teología (1921), que conjugó con otras responsabilidades como Pedagogo de estudiantes y Maestro de Novicios.

En el Capítulo Provincial de 1922 fue nombrado Rector de Valladolid, cargo que desempeñó durante siete años. De este período destacamos sus esfuerzos por la observancia religiosa de la numerosa comunidad y de los estudios que se realizaban en el Real Colegio, así como la conclusión de la iglesia (1930), siguiendo los planos de Ventura Rodríguez.

Desde 1929 era Consejero, y en el Capítulo celebrado en Manila en julio de 1932 fue elegido Prior Provincial (1932-1935), que abrió con una circular, dirigida a los más de 600 religiosos presentes en Asia, Hispanoamérica y Europa, en la que invitaba al exacto cumplimiento de la legislación canónica y constitucional para afrontar aquellos tiempos difíciles. Dado que el centro de gravedad se había desplazado desde inicios del siglo, decidió poner en Madrid la curia provincial para mejor ejercer el ministerio de gobierno. Para conocer las necesidades y darles solución giró la Visita regular empezando por China y Filipinas y pasando después a Estados Unidos. En 1933 la hizo por España, y a continuación viajó a Colombia, Perú e Iquitos. Así, se dedicó a cumplir con una de las obligaciones que gravan sobre el buen ejercicio del ministerio de la autoridad: escuchar, alentar y urgir. Si a esto añadimos su piedad y prudencia, no es de extrañar que se fijasen en él para ocupar alguna sede.

Fue consagrado obispo en Valladolid el 24 de agosto de 1935 y el 8 de octubre tomaba posesión de su diócesis turolense. El lema paulino de su escudo episcopal (‘Me gastaré y desgastaré por vuestras almas’) cristalizó en su entera disponibilidad para sus sacerdotes y feligreses. Como prelado dinámico, visitó la diócesis para conocer mejor la situación de su grey y luego, como recoge el investigador C. Alonso, ‘creó organismos diocesanos que ayudaron a un mejor funcionamiento de la vida pastoral. De haber gobernado la diócesis en otras circunstancias hubiera celebrado un sínodo, que empezó a preparar antes de que sobreviniera la tempestad. Favoreció mucho la obra de la enseñanza de la catequesis, así como también la Acción Católica, una institución en pleno auge por aquellas décadas. Favoreció la propaganda misional, él que era un religioso de una Provincia misionera’. Su apostolado social se revistió de las características de la época, haciéndose popular por su liberalidad limosnera, imitando a su hermano de episcopado y de hábito santo Tomás de Villanueva.

Y estalló la guerra. Y Teruel fue bombardeado, teniendo que dejar su palacio episcopal para vivir con en el seminario, a pesar de que desde el inicio de las hostilidades se le ofreció la posibilidad de abandonar Teruel y trasladarse a otra ciudad más segura. El 14 de marzo de 1937 publicó una Exhortación pastoral, preludio de la conocida Carta pastoral del episcopado español, fechada el 1 de julio de 1937, en la que se apoya el alzamiento nacional y se da razón de las causas que justificaban tal decisión.

Teruel resistió hasta el 7 de enero de 1938. Fue apresado y encarcelado en Valencia y Barcelona. La Orden Agustiniana movió todo los resortes para lograr su liberación. Aunque se ofertaron intentos de canje, nunca entró en el Negociado de evadidos y prisioneros su nombre como candidato a un cambio. Ante el avance las tropas nacionales se preparó el éxodo desde la cárcel barcelonesa hasta Pont de Molíns, a 18 kms. de Francia. A las diez de la mañana del 7 de febrero de 1939 se entregaba los prisioneros al pelotón de la brigada Líster. ‘La inmolación se perpetró hacia las dos de la tarde en un paraje silvestre, a izquierda de la carretera, sin salida, que desde Pont de Molíns conduce al pueblo de Las Escaulas. El barranco se denomina Can Tretze. Con el obispo de Teruel unieron al coronel Rey d’Harcourt’. Diez días más tarde un pastor encontró la fosa y sus restos fueron trasladados a la catedral de Teruel el 5 de marzo.

Fue beatificado junto a su vicario general el presbítero D. Felipe Ripoll por el papa Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro el 1 de octubre de 1995 y su memoria litúrgica se celebra el 7 de febrero, fecha de su muerte.

Bibl.: Alonso, C., El Beato Anselmo Polanco. Obispo y mártir (1881-1939), Estudio Agustiniano, Valladolid 1996; Aparicio, T., Anselmo Polanco, al servicio de Dios y de la Iglesia, Revista Agustiniana, Madrid 1995; Beltrán, J., Tras las huellas del Padre Polanco, Teruel 1989; Camblor, L., El obispo mártir de Teruel. Reseña biográfica del Excmo. y Revmo. P. Anselmo Polanco, O.S.A., Religión y Cultura, Madrid 1952; Ferreres, E., Fiel hasta la muerte. Breve biografía del obispo de Teruel (=España mártir. Siglo XX), Barcelona 1941; Fueyo, A. del, Héroes de la epopeya. El obispo de Teruel, Barcelona 1941; Martín Abad, J. Dar la vida por amor. Anselmo Polanco, OSA (1881-1939), obispo de Teruel. Felipe Ripoll (1878-1939), presbítero de Teruel, Postulación General Agustiniana, Roma 1995; Rano, B., Polanco Fontecha, Anselmo, en Bibliotheca Sanctorum, Ap. I, Cittá Nuova, Roma 1987, 1067-1069; Rodríguez, I.-Álvarez, J., Labor científico-literaria de los agustinos españoles (1913-1990), I, Estudio Agustiniano, Valladolid 1992, 435; Al servicio del evangelio. Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas, Estudio Agustiniano, Valladolid 1996, 294; Santiago Vela, G. de, Ensayo de una biblioteca Ibero-Americana de la Orden de San Agustín, VI, 335.

J. Álvarez Fernández