Urdaneta Ceráin, Andrés de (1508 - 3. 6. 1568)


Todos sabemos que muchas leyendas se cuecen con el calor de la devoción bien interesada. E interesada era la fecha del año 1498 en que el cronista agustino Juan de Grijalva fijó su natalicio. Porque adelantando una decena se le podía enrolar bajo las banderas de Carlos V para pelear con valor en Flandes. O en aventuras náuticas, embarcándole en la expedición de Magallanes. Pero el mismo Urdaneta marchita estos laureles que otros pusieron en su cabeza, pues al Interrogatorio que el Consejo de Indias le somete en 1536 contesta que “no fue en la armada de Magallanes”. Y en una epístola a Felipe II en 1560 le comunica que “mi edad pasa de cincuenta y dos años”.

Tuvo su cuna en el caserío de Urdaneta de la villa de Ordizia, en el hogar de Gracia de Cerain y Juan Ochoa de Urdaneta. A la primera se la asocia con las ferrerías vascas. Y a su padre con la alcaldía de la villa por los años 1511. Su posición familiar facilitaría una educación esmerada.

Con 17 años escribía en su Relación diaria que el “lunes, a XXIII días del mes de julio de 1525 años, partimos de la ciudad de La Coruña para las islas del Maluco, donde nace el clavo de jirofe, con siete navíos, y en ellos cuatrocientos hombres”. Embarcó en la Sancti Spiritus, de la que era capitán Elcano. Pasaron por el Estrecho de Magallanes y por las Islas de los Ladrones. De estas ínsulas y sus habitantes nos dejó una descripción bastante exacta sobre el número, condiciones y estado, así como datos sugestivos sobre las creencias y ética de los isleños. Llegaron a las Malucas, donde permanecieron en disputas con los portugueses hasta 1535, que emprendieron el regreso a Lisboa. Aquí le despojaron de su Relación diaria, el documento más importante para conocer la historia de la Armada de García de Loaysa. De otro bien preciado no fue despojado, de su hija, que dejó a buen recaudo en Lisboa. A uña de caballo escapó para Valladolid a contar sus gestas ante el Consejo de Indias.

En la ciudad del Pisuerga en 1538 se topó con Pedro de Alvarado, que planeaba una expedición al Poniente. Juntos cruzaron el charco hasta las Antillas, donde conoció al cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, quien en su Historia Natural y General de las Indias recogió algunas de las epopeyas del Maluco contadas por Urdaneta. Prosiguió viaje hasta México y allí, “hasta el año 1552, en el que nuestro Señor fue servido llamarme al estado de la Religión, en que agora vivo, me ocupé en el servicio de V. M., y lo más del tiempo en esta Nueva Spaña, donde por Don Antonio de Mendoça, Virrey della, me fueron encomendados cargos de calidad, así en las cosas de la guerra, que se ofrecieron, como en tiempo de paz”. Profesó el 20 de marzo de 1553 en el convento de San Agustín de la ciudad de México ante el P. Agustín de Coruña. Poco más sabemos de su vida conventual. Una vez ordenado sacerdote desempeñó el cargo de Maestro de Novicios (1557-1558), rubricando las actas de 4 profesos. Su condición de guía de frailes noveles no le impidió ocuparse en trazar otras rutas ajenas a su vocación.

Nos referimos a la jornada de 1564. La génesis de esta expedición a Oriente se debió con toda seguridad al “monje y marino”, quien inspiró al Virrey D. Luis de Velasco la idea de convocar una Junta de Peritos en 1560 en la que hizo triunfar su tesis demostrando “ser, no sólo posible, sino fácil la navegación por el océano Pacífico, de Occidente a Oriente, razonándolo con teorías novísimas, pero tan claras, tan lógicas, tan demostrativas por sí solas de un profundo estudio de los movimientos atmosféricos, que no dudó el Virrey en acogerlo y en proponer al Soberano Don Felipe II, que una vez que se aparejasen navíos encargados de la práctica investigación, seguir el plan y derroteros trazados”. A partir de ese año comienza el carteo entre el monarca y el fraile, y Urdaneta acepta el encargo regio de la nueva expedición, pero dejando claro que las Filipinas caían dentro de la demarcación de Portugal. Miguel López de Legazpi fue elegido General de la Armada de acuerdo con Urdaneta, por la amistad y armonía que existía entre ellos. Comenzaron los preparativos en el Puerto de la Navidad, a pesar de que Urdaneta sugirió que el de Acapulco era más grande y seguro. Aunque no salieron de él, sí le cupo a Urdaneta la gloria de coronar su tornaviaje en Acapulco, haciendo de este puerto la leyenda de los rumbos marítimos entre Nueva España y Filipinas.

El 21 de noviembre de 1564 zarpó la Armada. Cuatro días más tarde y a más de 100 leguas mar adentro, Legazpi convocó a Junta Mayor para comunicar que iban a las Filipinas: “Esto lo sintieron mucho los religiosos dando a entender se hallavan engañados y que, a aver sabido o entendido en tierra que avía de seguirse esta derrota, no viniesen en la jornada, por las causas y razones que el Padre Frai Andrés de Urdaneta avía dicho en México, mas como celosos del servicio de Dios nuestro Señor... pasaron en ello y mostraron conformarse con la voluntad del General”. El 27 de abril de 1565 arribaron a Cebú. Intentaron entablar relaciones pacíficas, pero encontraron resistencia, por lo que se hizo uso de las armas y se prendió fuego. Cuando los españoles registraron el pueblo, en una de las casas se encontró la imagen del Santo Niño, talla “de hermosura tan singular que fue el atractivo de cuantos la miraban”, y desde entonces protege con su patronazgo a Filipinas.

Pronto comenzaron los preparativos del regreso. Legazpi no hizo más que cumplir lo que se recogía en el apartado 60 de la Instrucción: “Que el dicho Fray Andrés de Urdaneta buelva en uno de los navíos que despachárades para el descubrimiento de la vuelta, porque, después de Dios, se tiene confiança que por las experiencias y plática que tiene de los tiempos de aquellas partes, y otras calidades que ay en él, causa principal para que se acierte con la navegación de la buelta para Nueva España”. Y el primero de junio de 1565 se hizo a la vela del puerto de Cebú la nao San Pedro con una tripulación de 200 marinos, diez soldados y dos frailes, Urdaneta y Andrés de Aguirre. Empujados por los vientos del monzón y buscando la corriente marítima del Kuro-Shivo subieron casi a la altura de las costas japonesas para luego enfilar proa hacia la tierra de California. La ruta se alargaba, pero por el contrario se evitaban los perniciosos vientos alisios que habían hecho fracasar expediciones pretéritas. El 8 de octubre llegaron a Acapulco tras muchas penurias, pues no había en la capitana más que 18 hombres que pudieran trabajar, porque los demás estaban enfermos “y otros diez y seis murieron”. La gesta del tornaviaje a través del Pacífico estaba consumada. Gloria de la que no disfrutó Urdaneta, pues al llegar a Madrid el 2 de mayo de 1566 para informar al Consejo de Indias y entregar los despachos que Legazpi le consignó en Cebú, pasó por la Villa y Corte para constatar el olvido que cayó sobre las promesas de recompensa que Felipe II le había hecho unos años antes.

De nuevo se embarcó para México en compañía de su hermano de hábito el 13 de junio de 1567. A la capital azteca llegó ya viejo y cansado. Murió en el convento de San Agustín de México el 3 de junio de 1568 y fue sepultado en la cripta de la iglesia conventual, pero en el siglo XVII un incendio y una inundación hicieron desaparecer sus restos.

Urdaneta ha pasado a la historia de la navegación y de los descubrimientos por el tornaviaje Manila-Acapulco, que no fue una simple gesta histórica, sino el hallazgo de la ruta que abrió el camino a la gran aventura del encuentro con Oriente a través del Galeón de Manila. La ruta más larga en duración que registra la historia de la navegación mundial, y que rigió durante 250 años (1565-1815).

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J. Álvarez Fernández